Sinopsis de la editorial
David vive al lado de los Chandler. Un día de principios de verano descubre que Meg y su hermana Susan se han mudado a la casa de los Chandler y van a ser sus vecinas. Será el comienzo de una terrible pesadilla.
Otras sinopsis
Los suburbios en una ciudad cualquiera de los Estados Unidos en los años 50. Calles sombreadas, con el césped bien cortado, árboles en líneas perfectas y casas acogedoras. Un lugar tranquilo y bonito donde crecer, siempre que no seas la adolescente Meg o su hermana tullida Susan.
En una calle sin salida, en un oscuro y húmedo sótano de la casa Chandler, Meg y Susan, cuyos padres han muerto, están cautivas a manos de una tía lejana que está cayendo progresivamente en la locura. Una locura que está trasmitiendo a su familia, y finalmente al barrio entero.
Mi sinopsis
David tiene 12 años y unos padres en ese limbo previo a un proceso de divorcio. También tiene una vecina adulta, Ruth, que trata a los chicos del barrio como nadie más lo hace: los consiente, aunque a ellos les parece que ese trato es el debido; ¿por qué no iba un chico de 12 años a beber y fumar como su padre?
Cuando Meg y su hermana Susan llegan al barrio, huérfanas, indefensas, Ruth no tarda en reconocer en la mayor a una rival. Y ¿Qué hacen con las rivales más débiles quienes siempre han sido víctimas? Las destruyen.
David y el resto de vecinos adolescentes han de escoger bando: alinearse con la adulta que los mima y con quien se identifican o con la extraña que parece comportarse siempre como es debido.
Las consecuencias de esa decisión son terroríficas.
La chica de al lado: reseña
Es difícil hablar de una novela inspirada en un hecho real sin poner el foco precisamente en esos hechos reales. Sobre todo, cuando la base de la que parte la narrativa es tan atroz. Pero, como decía en este directo de Twich, lo cierto es que la ficción supera a la realidad. Quizá no en extrañeza, pero sí en orden. Así que trataré de hablar de las bondades de la novela sin que salpique la sangre.
No sin antes hacer hincapié en que las lectoras de terror, y de un tipo de terror tan crudo y descarnado como este, tan despiadado, saben a lo que van cuando compran las novelas que compran. De hecho, he leído este libro en concreto tres veces. Dos de las cuales se las debo a la atracción irresistible que siento hacia la capacidad del ser humano de cometer atrocidades de la peor calaña. Nuestra relación con el mal me fascina.
¿Por qué hay que leer La chica de al lado si te gusta el terror?
En primer lugar, por el prólogo de Brian Keene, autor del género, que habla de su experiencia como lector de ficción terrorífica y por tanto del erial en el que se movían los aficionados antes del estallido de Stephen King. Se trata de unas pocas páginas en las que Keene explica la evolución comercial del terror y cómo King lo puso en el punto de mira de las editoriales y le dio un espacio propio en las librerías.
Luego llegó La chica de al lado, esto también lo dice Keene, a poner patas arriba el modo en el que se escribía terror. Porque Ketchum, con esta novela, le da una dimensión nueva, aterradora, de la que son herederos dos de mis escritores favoritos vivos: Nieves Mories y Daniel Pérez Navarro (más ella que él. Heredera, no favorita. Favoritos son los dos). Una dimensión en la que se mueve con soltura Joyce Carol Oates y que Gillian Flynn se lleva al mundo de la novela negra sucia.
Cuando terminé el libro me dejó roto. Pero también me hizo deshacerme de mis propios y exiguos intentos de escritura y empezar de nuevo, una vez más y con sentimientos. Ese había sido el ingrediente que faltaba. Sentimiento. Y no creo que sea hiperbólico decir que, si no fuera por esta novela, puede que hoy no estuviera haciendo lo que hago para ganarme la vida.
Brian Keene en el prólogo de La chica de al lado
Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Hay que leer La chica de al lado porque lleva un prólogo? No. Hay que leer esta novela porque lo que dice el prólogo es cierto. Será porque los hechos que narra son reales o porque el escenario se parece mucho al de unas Mujeres desesperadas de los años 50, pero lo cierto es que esta novela te habla del terror de la puerta de enfrente. Nunca un título fue más adecuado.
Además, hay algo que buscamos las lectoras de terror que Ketchum nos da medido al milímetro: tensión y satisfacción aliñados con un buen chorro de aceite de viscosidad y mal rollo. Sí, señora, aquí tiene usted esa ensalada. Torture porn con respeto hacia la víctima, una ejecutora a la que se le va la cabeza y un plantel de actores secundarios injustificables pero comprensibles para un drama de las afueras. Todo ello aderezado con las elipsis necesarias para que tu cabeza haga la peor parte del trabajo sucio.
Si además de lectora de terror eres una lectora de terror inteligente, abrirás las cubiertas del libro con el corazón un poco en un puño (o un mucho) y buscarás los indicios de lo que ocurrirá más adelante. Ketchum hace su magia tan bien en la primera mitad de la novela que, a pesar de que no pasa gran cosa, te tiene encogida en el sillón desde la presentación.
Y ahí es dónde La chica de al lado se convierte en mucho más que una lectura placentera para blood lovers.
¿Por qué leer La chica de al lado si eres escritora? (O si te gusta destripar a los destripadores)
- Tensión
- Foreshadowing
- Narrador excelente
- Conflicto pasmosamente claro
- Ritmo delirante
- Acción escasa
¿Que cómo se puede hacer eso? Pues con oficio y con mucho trabajo, me temo.
Como decía en el vídeo que te enlazaba más arriba, las migas de pan se siembran en los primeros capítulos:
—Yo soy David. Claro.
Ella echó un vistazo dentro del tarro. Durante un rato ninguno dijimos nada. los estudió. Después se enderezó de nuevo.
—Mola.
—Solo los atrapo, los observo un rato y después los suelto.
[…].
—Tampoco puedes tener un cangrejo. Se mueren. Uno o dos días, como máximo. Aunque he oído que la gente también se los come.
Así se presenta el narrador de Ketchum a sí mismo. Es un cazador ocasional de cangrejos. Luego aparecerán el torturador de lombrices, el sociópata que tiene aterrorizado al barrio (¿quién no conoce uno?), la niña rara y un poco sádica… Un grupo de lo más variopinto que juega a un juego. Al Juego, que consiste en cazar a uno de los suyos y «hacerle cosas».
Lo curioso es que, la primera vez que leí el libro, ni las caracterizaciones de los muchachos ni el Juego me parecieron tan terribles. Los chavales juegan ¿no? La verdad es que la mayoría no lo hace de esta manera, pero soy lectora de terror, así que lo asumí como exageración.
Este juego inventado es una de esas bisagras que la ficción usa para entornar la puerta que la separa de la realidad sin que chirríe. Uno de los artificios del autor para que los hechos reales no nos exploten en la cara. Ketchum emplea más. Como poner palabras en boca de la víctima, o darle cierta dignidad que solo una heroína mantendría. Actitudes, detalles, que la vida real no permite.
El narrador es una de las claves sobre las que se equilibra la novela. Porque, aunque la dosis de torture porn está ahí, La chica de al lado es algo más. Tiene más de exploración que de escaparate. Y, aunque no le hace ascos a mostrar violencia y abusos, no se refocila en ellos.
El narrador en primera persona es uno de los niños del barrio, que ha crecido, se ha casado en varias ocasiones y se ha negado a tener hijos porque sabe lo que los niños son capaces de hacer. La narración no es benevolente con él mismo, que cuenta lo sucedido con el cuidado de quien no solo narra un hecho sino que, mientras lo hace, trata de entenderlo. Sospecho que hay una parte importante del autor en ese deseo de comprender. Pero, a pesar de esa necesidad de entender, a pesar de que el niño culpable solo tenía 12 años en el momento del crimen, el adulto no lo ha perdonado. Porque hay cosas que no se perdonan. Mantener la tensión de la culpa durante 300 páginas sin resultar un llorica cargante es todo un logro y tenemos mucho que aprender ahí.
Vigente como el primer día
Más allá de sus méritos literarios, que son más de los que explico aquí, La chica de al lado es una lectura obligada por su vigencia. Porque trata el conflicto aparentemente irresoluble de qué hacemos cuando personas a las que percibimos como mejores que nosotras resultan estar a nuestra merced. La dinámica del acoso escolar, de la violencia de género o del abuso se reconocen tras estas páginas. Pero no solo eso (que no es poco). La novela habla también de cómo la confianza ciega ensucia, de cómo la influencia puede ser no solo tóxica sino mortal. Habla de la responsabilidad propia, de la compartida y de lo complejo que es tomar una decisión cuando no permanecemos atentas a lo que hacemos.
Nos dejamos llevar. Constantemente. Nos dejamos llevar, nos adherimos a corrientes de opinión y a tendencias. Cancelamos. Sin pensar si el corpus de normas al que nos adscribimos es aplicable a cada caso concreto al que efectivamente lo aplicamos.
La chica de al lado es un libro incómodo para lectoras de ojos abiertos porque el narrador, ese hombre de cuarenta que vuelve a los doce para contarnos aquello que hizo (y lo que no hizo, sobre todo lo que no hizo), somos todas. Todas nos hemos dejado arrastrar. Quizá no por un adulto enfermo, pero sí por otras personas, o por otras ideas. Todas (yo. Donde digo todas digo yo porque es más fácil esconderse en una multitud aunque sea ficticia) nos hemos reído de quien hacía siempre los deberes o saludaba educadamente en todas las ocasiones.
Meg, la víctima de Ruth, se agachó con David a capturar cangrejos.
No sabe una en qué lado de la línea está hasta que la línea queda trazada. Y, a veces, ni siquiera entonces.
Lanzamiento: noviembre de 2020
Editorial: La Biblioteca de Carfax
Traducción: María Pérez de San Román
Páginas: 329
Valoración: Si yo fuera John Wick, esta novela sería mi perro
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