A día de hoy, es casi un hecho que la poesía, que tan buena salud gozó durante la mayoría de la historia de la humanidad, es una disciplina en capa caída que no parece remontar. No por falta de talento, ni mucho menos por falta de artistas, sino porque al público, este tipo de escritura, no le interesa: las canciones han desplazado casi por completo a la poesía, y en especial estilos como el rap funcionan como sus herederos en el mainstream cultural. Y si no, mirad a Lytos o artistas similares.

Yo mismo reconozco que, cuando me lanzo a leer, jamás cruza mi cabeza la idea de escoger poesía. Me gustan poetas de mi tierra como Miguel Hernández, que de estudiarlos han permeado en mi y he podido apreciar su esencia, pero no me muevas de ahí porque no tengo mucha más idea. Sin embargo, dada mi fijación por la literatura japonesa, he ido acercándome poco a poco a este arte desde la perspectiva del lejano oriente. Primero eran roces, miradas fugaces a los haikus, el estilo de poesía japonesa más reconocido a nivel internacional. Voces clásicas como Matsuo Bashō, Yosa Buson o Chiyo, pero también más modernas como Natsume Sōseki, Akutagawa Ryūnosuke o Masaoka Shiki. Interesantes por su representación de la vida y la naturaleza, de esa cotidianidad japonesa tan única y, a su manera, hermosa expresada con el lenguaje del haiku. Lejos de quedarme ahí, decidí dar un paso más en mi investigación de la lírica japonesa para encontrarme con el libro y la autora que quiero tratar en este texto. Nunca había llorado con un poema, ni sentido escalofríos recorriendo mi piel al recitar en voz alta unos versos; nunca me había visto a mi viviendo entre palabras, pensando en la vida y la juventud, en la gente y la naturaleza, en el día y la noche, en el cielo y la tierra… hasta que Kaneko Misuzu cayó en mis manos gracias a El alma de las flores (Satori Ediciones, 2019).
Ojalá tener solo una minúscula parte de la sensibilidad con las palabras que poseía esta trágica autora nipona para transmitiros lo que he sentido en mi interior recitando sus poemas. Porque, en mi humilde opinión, es así como se debe tratar la lírica: a viva voz. Por favor, tomaos un momento, solo os pido un minuto de pausa de esta lectura interna, para que fijéis vuestra atención a este texto a continuación. Recitadlo paladeando las palabras, sintiendo su mágia.
Si digo «¿Vamos a jugar?»,
dices «Vamos a jugar».
Si digo «¡Tonto!»,
dices «Tonto».
Si digo «¡No quiero seguir jugando!»,
dices «No quiero seguir jugando».
Luego, me siento sola.
Digo «Lo siento»,
dices «Lo siento».
¿Eres un eco?
No, eres el mundo entero.
Este poema, una muestra de los más de quinientos escritos entre 1923 y 1927, es el legado de una autora capaz de captar la esencia infantil humana de una manera pura y única. En cinco años, se hizo un nombre propio como poetisa y exponente del género en su país natal, pero, por desgracia, su vida fue muy desafortunada debido a un infeliz matrimonio con un hombre que la maltrataba, le privó de su mayor placer y, en última instancia, fue la causa de su muerte.
Kaneko Misuzu, cuyo verdadero nombre era Kaneko Teru, nació en Nagato, dentro de la provincia de Yamaguchi, allá por 1903. La Restauración de Meiji estaba llegando al final de su vida, con voces muy críticas con la forma en que se habían llevado las cosas entre las que encontramos al ya mencionado Natsume Sōseki, del cual ya hablé cuando reseñé El caminante. El rol de la mujer, si ahora sigue siendo un autentico horror dentro de la sociedad japonesa, en aquel entonces era el de casarse, tener descendencia y cuidar la casa. Un clásico de principios de siglo heredado directamente de un sistema de base confucianista y budista donde la lealtad se debía al señor feudal, al padre y a Buda.
Sin embargo Misuzu, criada por su abuela y su madre, pues su padre falleció cuando ella tenía tres años, tuvo una experiencia que la diferenciaba drásticamente de la inmensa mayoría de mujeres contemporáneas: pudo terminar su educación escolar. Estudió hasta los dieciocho años y vivió rodeada de libros en la librería familiar de la ciudad de Senzaki con su abuela y su hermano —su madre se había casado el año antes de terminar los estudios con el marido de su hermana al fallecer esta, algo relativamente común en la época— hasta que entró a trabajar como gerente en la sucursal de Shimonoseki de la librería. Allí devoraba clásicos tanto japoneses como europeos, con especial mención a un autor que le marcaría en su forma de describir el mundo como fue Hans Christian Andersen, y descubriría las diferentes revistas literarias del momento —en el Japón de esa época, la forma de publicar textos era generalmente a través de revistas o periódicos que contaran con un espacio para ello, siendo estos en formato semanal como ya se vio con El caminante— como la Akai tori o la Dōwa.
Fue en este momento cuando Misuzu decidió, tras varios poemas escritos, intentar encontrar un lugar donde publicarlos. De las cinco revistas infantiles —las cuales estaban de moda en el Japón de Taisho— donde envió su obra, cuatro aceptaron publicar los poemas, ganando así rápida repercusión, llamando así la atención de Saijō Yaso, un joven poeta y editor literario —que poco después, en 1924, se fue a estudiar literatura a la fracesa Sorbona—, que creía haber descubierto un nuevo talento comparable al de Christina Rossetti. De hecho, se aceptada en la revista hizo que su hermano pequeño Masasuke —en realidad hermano pero legalmente primo/hermanastro/hermano debido a que fue adoptado por sus tíos con un año cuando murió su padre, pero como la madre luego se casó con el tío… De hecho, masakuse tardó años en descubrir que era su hermana—, el cual era un talentoso músico, se dedicara también a componer música infantil inspirado por ella, colaborando en varias ocasiones como letrista y compositor.

En 1925, Misuzu se encontraba ocupando el lugar de su mentor, Saijō Yaso, dentro de un circulo de escritores infantiles a la vez que compilaba varios de sus poemas en su colección Rokanshu —Una colección de piedras preciosas—. Mientras tanto, su tío, por temor a que la cercanía entre su hijastro Masasuke y su sobrina diera lugar al amor —recordemos que eran hermanos pero él no lo sabía—, encontró un candidato para casar a Misuzu en un nuevo empleado de la tienda, Miyamoto Keiki. Dado que Masakuse estuvo a punto de interrumpir la unión, tuvieron que confesarle la verdad, lo cual, aunque él aceptó, no hizo que cambiara su oposición a un matrimonio sin amor entre su hermana y este empleado. Masasuke inquirió a su hermana diciendole que «está bien si te casas. ¿Pero no hay ninguna otra persona a la que ames? Si la hay, ¿por qué no te casas con esa persona?». Sin embargo, la respuesta de Misuzu fue un escueto «Esa persona es aquella que viste ropa negra y porta una larga guadaña». Al final, el matrimonio se llevó a cabo ante la resignación de la poetisa, la cual no quería causar problemas a su madre ante la insistencia de su tío por celebrar la unión, pero también ante su intención de que, al casarse con Miyamoto, su marido podría dirigir la librería y liberar a su hermano de esta responsabilidad para que pudiera explorar sus propias capacidad artísticas.
Por desgracia, todo salió mal. En 1926 la pareja contrajo matrimonio, pero fue uno profundamente infeliz: Miyamoto era un borracho y un putero que intentó meterse en el negocio de la compraventa de acciones fracasando estrepitosamente para después intentar cometer un doble suicidio por amor con una prostituta… a la que terminó asesinando pues él no fue capaz de acabar con su propia vida. Mientras, Misuzu siguió escribiendo un poco más, aumentando su popularidad y consiguiendo que dos de sus poemas fueran seleccionadas para la antología anual de poemas infantiles más prestigiosa del momento, la Nihon Dojo Shu, editada por la organización de escritores de poemas infantiles Doyo Shijin-kai entre cuyos miembros encontramos nombres tan destacados como su mentor, Saijō Yaso, junto a Shimazaki Toson, Kyōka Izumi y Yosano Akiko. Este hecho le hizo merecedora de una invitación formal para entrar a formar parte del grupo, convirtiéndose en la segunda mujer aceptada tras la ya mencionada Yosano.
Pero las cosas empeoraron. Tras una gran discusión entre Miyamoto, Masasuke y el padre de este —Matsuzo, dueño de la librería—, Masakuse huyó buscando a su hermana para que intercediera, pero esta, por lealtad a su marido, abogó por él. Esto resultó ser un error, pues dio alas a Miyamoto, que comenzó a traerse a sus amantes a la librería. Matsuzo, enfadado y dolido al haberle buscado semejante marido a su sobrina, intentó que se divorciara de él, pero ella ya estaba embarazada. Miyamoto fue despedido y, pese a que su tío intentó convencerla para que se quedara con ellos y dejara a su marido, esta le siguió pensando en el bebe que llevaba dentro. En noviembre de ese año, Misuzu dio a luz a su única hija, a la que llamaría Fusae, mientras su marido emprendía otra fallida aventura empresarial.
Tras diversos fracasos, el matrimonio tuvo que moverse Kyūshū donde vivían los padres de Miyamoto debido a su situación financiera, pero ni con esas pudieron salir adelante firmemente. A finales de año regresan a Shimonoseki, donde el marido monta una verdulería, pero siempre manteniéndose como un putero hasta el punto de contagiar a su esposa de gonorrea que él había contraído de una prostituta. Enferma como estaba hasta el punto de que en 1928, cuando el poeta Shimada Tadao fue a visitarla a la librería familiar, ella no puedo salir a recibirla pues no podía siquiera levantarse de la cama. Tampoco podía comunicarse con su hermano, editor o fans siquiera, pues su marido le había prohibido que escribiera. Ni poesía le dejaba escribir, así que cuando su alma mater le pidió una colaboración para el periódico escolar, esta solo alcanzó a escribir lo siguiente:
«Las alas de mi imaginación que tan alto volaban hasta el Sol han sido ahora cortadas. Todo lo que queda es una madre estúpida. Solo existo como una rata de biblioteca que únicamente conoce el mundo de entre las páginas y no se esfuerza en comprender el exterior. Mi única felicidad consiste en jugar con mi hija y abrir libros.»
Durante el siguiente año, y pese a que Miyamoto había decidido mudar de nuevo la familia y ella se encontraba tan débil que apenas podía moverse, decidió recopilar todos sus poemas para enviarselos a Saijō y a Masasuke. Sin que nadie supiera de su enfermedad, ni siquiera su madre, Misuzu consiguió completar el manuscrito con todos sus poemas en octubre de 1929. En 1930, la pareja por fin se separó y la autora estaba viviendo de nuevo en la librería con su tío y su madre, pero su exmarido decidió castigar a la familia con lo que más les dolía: Fusae.
Con el beneplácito de la legislación japonesa, el padre tenía todo el derecho a la custodia de los hijos en caso de divorcio, así que exigió a la familia que le entregaran a su hija, aunque su plan era extorsionarles para obtener dinero cada mes con el que vivir. Sin embargo, la autora, aunque tremendamente debilitada, no iba a rendirse. El 10 de marzo de ese año Miyamoto iría a casa a buscar a Fusae para llevarse. El día anterior, Misuzu fue a hacerse una fotografía, compró un paquete lleno de sakura-mochis y se fue a casa, donde los comió con su familia. Bañó a su hija, la acostó para dormir, y cuando todo el mundo se hallaba ya en sus cuartos, cogió tres papeles y escribió en ellos su última voluntad.
Kaneko no podía permitir que Fusae terminase con su infiel exesposo, y solo consideraba a su madre digna de criarla. En el papel dirigido a Miyamoto le rogaba que la dejara con su madre; en el de su madre, se disculpaba por no haber sido una esposa capaz de evitar que su marido fuera infiel; en el de su hermano, le imploraba que persiguiera sus sueños representando a su familia y a ella misma. Esa misma noche, Misuzu se suicidó con una sobredosis de calmantes. Tenía veintiséis años.
Este podría haber sido el final de la historia, pues Saijō, por algún motivo, no llegó a publicar la antología poética de Kaneko Misuzu, así que su nombre y obra cayó en un profundo olvido durante más de treinta años. Fue gracias a un estudiante de literatura, Yazaki Setsuo, el cual como él mismo cuenta, encontró en 1966 entre estantes esa antología poética donde dos de los poemas de Misuzu fueron incluidos compilados cuarenta años atrás. Su poema Gran captura, incluido también en la antología publicada en español ya mencionada El alma de las flores, hizo que el resto de los trescientos poemas del volumen desaparecieran de su mente, solo teniendo ojos para él.
Amanecer,
espléndido amanecer.
Gran captura,
gran captura de sardinas.
Arriba en la playa
hay una fiesta,
pero en el mar
celebrarán funerales
por decenas de miles.
Este simple poema cuenta mucho de la autora. Su sensibilidad única, a la cual ya se ha hecho mención, impresionó al joven Yazaki, que se dedicó a buscar escritos suyos tanto en Jimbōchō, el famoso barrio de las librerías en Tokio, como en la Biblioteca Nacional de la Dieta y en diversos museos literarios. Fue gracias a un conocido poeta infantil de la época de Misuzu, Yoshimi Satō —el cual fallecería un año más tarde, en 1968—, que consiguió rastrear a la autora hasta Shimonoseki y la librería familiar, donde había fallecido hace casi cuarenta años. Sin embargo, ni allí pudo encontrar a nadie que conociera ese nombre. Por esa época, pudo también recuperar de la mano de Harukiyo Danjō un libreto que contenía treinta poemas de la autora titulado Mayu no Naka —El gusano de seda y la tumba— y que había editado el propio Harukiyo de su bolsillo.
Tras diez años sin avanzar en la investigación, Yazaki decidió cambiar de táctica. En lugar de preguntar por Misuzu, comenzó a investigar a la familia de la autora directamente para ver si por ese camino lograba encontrar más información sobre ella. La fortuna le sonrió, porque en 1982 logró encontrar rastrear a un tal Kamiyama Gasuke, que resultó ser el seudónimo bajo el cual componía y escribía Masasuke, el hermano pequeño de Misuzu. Masasuke había guardado durante todos estos años los poemas que su hermana le legó antes de morir, un total de 512 poemas, de los cuales solo una centena habían sido publicados con antelación. En 1986, la editorial JULA publicó todos los poemas de Misuzu en tres volúmenes junto a una biografía escrita por Yazaki con la ayuda de Masakuse.
Tuvo que pasar más de medio siglo para que Kaneko Misuzu alcanzara el estatus de autora de culto que posee ahora. Sus poemas forman parte en la actualidad de múltiples libros de texto para niños japoneses, y se hizo especialmente memorable el uso que le dio el gobierno nipón a su poema Eco —el primero mostrado en este texto— durante el tsunami de 2011 que asoló Japón y dejó miles de muertos. Tanto en la radio como en la televisión se pudo escuchar recitado durante un tiempo este poema, una oda a la empatía y a la colaboración, a comprender mejor a nuestros semejantes y sobre el poder de las palabras. Y es precisamente por todo esto que Kaneko Misuzu me ha llegado al corazón: porque ella puso pedacitos del suyo en cada uno de sus versos. Por eso, hoy día es recordada en Japón y en los países en los que ha sido publicada, porque supo ver el mundo con un optimismo y una inocencia más propios de una niña pequeña que de una mujer que había sufrido como sufrió.
El alma de las flores recoge 57 poemas de esta gran autora, todos ellos especiales a su modo, que consiguen transmitir la increíble sensibilidad de la autora. Es la primera vez que los poemas de Misuzu llegan a nuestro país, en una edición bilingüe además para poder leer, si tenemos curiosidad, cómo suenan sus versos en su idioma original y cómo se escriben en kanji, lo cual convierte a esta edición en un lujo tanto para aquellos que quieran aprender más sobre la forma de escribir poesía japonesa, que tengan curiosidad sobre los poemas o que quieran adentrarse en el particular mundo lírico de la autora. Una mujer que murió protegiendo lo que más quería, que sufrió en vida lo indescriptible por culpa de la sociedad de la época y un marido que la atormentó hasta el final de sus días; pero también una mujer que vio lo mejor del mundo y supo captar su esencia en las palabras, creando imágenes de gran color y viveza gracias a sus versos. Kaneko Misuzu es fascinante por muchas razones, pero sobre todo, es una autora excepcional que todo el mundo debería leer.
Un gusano entra en su capullo—
ese estrecho, incomodo capullo.
Pero el gusano es feliz;
se convertirá en mariposa
y saldrá volando.
Una persona entra en una tumba—
una oscura, solitaria tumba.
Pero esa buena persona
crecerá alas, se volverá un ángel
y saldrá volando.