La niña perdida, de Elena Ferrante

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Desde octubre de 1976 hasta 1979, cuando regresé a Nápoles para vivir, evité reanudar relaciones estables con Lila. No fue fácil. Casi de inmediato, ella intentó volver a entrar en mi vida por la fuerza y yo la ignoré, la toleré y la soporté.

Sí, estamos aquí. En el final de esta maravillosa tetralogía, sintiendo el vacío propio de una historia que llena de verdad y  que no se quiere soltar. Creo que le debo mucho a Elena Ferrante, porque me ha acompañado durante estas semanas con mucho calor y, sobre todo, con mucho aprendizaje. Además, sé que la historia de Lenù y Lila permanecerá durante mucho tiempo dentro de mí. Y, os lo aseguro, se quedará también dentro de todos los que sean valientes para leer acerca de la crudeza de la vida.

Sabía que el final era ansiado. Y sabía, también, que tal vez me decepcionase. Es muy complicado terminar una vida entera de manera satisfactoria. Porque esto es lo que es la saga de Dos Amigas: una vida entera, o dos vidas enteras. Como lectora he cometido el error de buscar, desesperadamente, todas esas respuestas. Después me he dado cuenta que nuestros años no siempre nos ayudan a encontrar el camino, el sentido, nuestro destino. Esto es lo que sucede con La niña perdida. 

Desde que amaba a Nino y él me amaba a mí, era como si ese amor convirtiera todo lo bueno que me estaba ocurriendo y que me ocurría en un mero y agradable efecto secundario.

Recordad cómo terminaba Las deudas del cuerpo SPOILER (Elena Greco abandonaba a su marido y a sus hijas, incluso su carrera literaria, en razón de su amor desmesurado por Nino Saratorre). En mi opinión personal, ese desenlace me había dejado bastante desencantada. ¿Era nuestra Lenù capaz de todo esto? Creo que cualquier lector se imaginaba la catástrofe que se avecinaba. Así, puedo decir que las primeras páginas de La niña perdida me enfadaron, porque me resultaron caóticas y complicadas de seguir. En cierto modo, parecía que Ferrante había perdido las razones por las que quería terminar esta historia. Pero luego lo comprendí: así estaba funcionando la mente de la protagonista en esos momentos, y así quería transmitirlo Ferrante al lector.

Sea como fuere, las aguas de Lenù volverán a su cauce. Su ferviente romance con el infiel amante será tan efímero como intenso. Los sueños, cuando se convierten en realidad, pierden esa aura divina. Ella volverá con Elsa y Dede, sus pequeñas. Y también volverá al barrio de Nápoles, aquel donde conoció la desdicha.

Qué repulsiva es la muerte. Aquí solo digo que cuando vi aquel cuerpo sin vida, aquel cuerpo que conocía íntimamente, que había sido feliz y activo, que había leído tantos libros y se había expuesto a tantas experiencias, sentí repugnancia y piedad al mismo tiempo.

Hay algunos puntos clave en los que se sostendrá la trama. Lenù vivirá momentos complicados durante el divorcio con su marido Pietro y la lucha por la custodia de las niñas. La soledad la acompañará y la culpa será terrible. Hay una tremebunda escena en la que, en un intento desesperado por rescatar el matrimonio, Inmacolata, la madre de Elena, irá a la casa de la pareja para intentar poner a su hija en sus cabales. La crudeza de la escena y la ruptura emocional de Elena serán los núcleos de la literatura más intimista de Elena Ferrante. Es también, precisamente, la madre de la protagonista, esa sombra que siempre la ha asolado, otro de los reveses que le hará afrontar la vida. Al caer gravemente enferma, comienza un periodo negro para su familia que, además, coincidirá con el tercer embarazado de Lenù (su hija Inma).

Este embarazo coincidirá con el de Lila, con la que retomará un contacto estrecho, casi tanto como del que gozaron en su niñez y adolescencia. La amiga estupenda sigue enjaulada en las redes del barrio, vive con Enzo y está al mando de una empresa de ordenadores que les otorga una cómoda posición social. Lila dará a luz a una niña llamada Tina, que será su viva imagen y a la que debemos el título de La niña perdida.

—¿Sigues viviendo en la vía Tasso?
—Sí.
—Cae a trasmano.
—Se ve el mar.
—¿Y qué es el mar desde ahí arriba? Un poco de color. Más te valdría estar cerca. Así te darías cuenta de que es todo basura, barro, meados y agua apestosa. Pero a los que leéis y escribís libros os gusta contaros mentiras y no la verdad.

No podemos olvidar la importancia que la literatura tiene en la vida de nuestra protagonista. Elena Greco se ha convertido en una escritora reconocida, pero su amiga Lila sigue manteniéndose al margen de dicho éxito. Si en las anteriores partes se dejaba entrever un fuerte contenido autobiográfico en este sentido, creo que en esta última entrega se confirma. El sector editorial y su funcionamiento se analiza de manera pormenorizada. Además, se expone una nueva vertiente de la novela: su importancia como herramienta de denuncia. El cariz realista que tomará el nuevo libro que publicará Lenù tendrá como telón de fondo el barrio y sus personalidades más destacadas, entre ellas, encontraremos a los peligrosos hermanos Solara.

Pero si tengo que quedarme con lo grandioso y lo especial que me ha transmitido La niña perdida (en realidad, cada uno de los párrafos de Ferrante) es que nunca se aprende a vivir, que el crecer, el madurar, el amar, el casarse, el divorciarse, el triunfar, el ser madre, el ser amiga, el ser hija, el ser hermana, el envejecer… son sucesos que nos vienen de bruces, cuando nuestra alma sigue siendo joven y tierna. Débil y frágil. Inexperta. Esta sensación de ser diminuta, de ser pequeña, es la que transmite en todo momento Elena Greco: a pesar de ser una escritora de éxito, a pesar de ser una madre luchadora, a pesar de su inteligencia y sus logros personales, siempre se sentirá a la cola de la vida, a su sombra. Y, sobre todo, a la sombra de una Lila Cerullo impresionante.

—De acuerdo, te creo, pero al menos una vez en tu vida te habrás encontrado con alguna cabrona, ¿no?
—Sí.
—Dime cómo se llama.

Sabía de antemano la respuesta, sin embargo, insistí confiando en que dijera Eleonora. Esperé, se puso serio:

—No puedo.
—Dímelo.
—Si te lo digo, te enfadarás.
—No me enfadaré.
—Lina.

Aun después de finalizar la novela, me sería complicado saber explicar qué se esconde detrás de estas dos amigas y de los altibajos que sufre su relación durante años. Está claro que se trata de una relación de dependencia intensa pero, diría, va más allá. La complejidad que ha conseguido crear y transmitir Ferrante es de una definición imposible que tan solo se podrá entender durante su lectura. Una lectura con todos los sentidos, con el corazón dispuesto a quebrarse, con la mente abierta a aprender, porque nunca dejamos de hacerlo.

Esta tetralogía que hoy, con aires de despedida, cierro en este espacio, no es tan solo un fenómeno editorial a nivel mundial. Bien podría ser una enciclopedia de la experiencia, una manera de mostrarnos toda la fealdad que hay en el mundo real. También nos recuerda lo solos que estamos, que la muerte de los nuestros llegará y que nosotros tampoco somos eternos. Que la maternidad y el amor no serán capaces de romper nuestros vínculos más fuertes con el pasado, y que la debilidad de nuestra voluntad puede (y de hecho, así será) acompañarnos hasta nuestra finitud. Y, también, nos subraya la importancia de la amistad… para lo malo y para lo bueno.

Lila perdía a Lila, el caos parecía la única verdad, y ella —tan activa, tan valiente— se anulaba llena de pavor. Se convertía en nada.

Por favor, leedla.

  • Lanzamiento: 2015
  • Editorial: Lumen
  • Traductora: Celia Filipetto
  • Páginas: 544
  • Valoración: Moka y chocolate

Un comentario Agrega el tuyo

  1. desmontandolibros dice:

    Me leí las cuatro novelas del tirón y todavía me emociono cuando leo las opiniones de otras personas.
    Es una historia que se te mete dentro de la piel

    Le gusta a 1 persona

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